Las diversas vidas del hombre
Artículo publicado en Revista Logosófica en Octubre de 1941 pág. 09
Quizá sea necesario adelantarse al lector, o por lo menos señalarle, que al escribir el título de este artículo, se ha tenido, probablemente, un mismo pensamiento, esto es, que no ha podido menos que acudir a la mente la tan mentada particularidad que se atribuye a los gatos, de poseer siete vidas. Pero, dejemos tranquilos a estos domésticos felinos que nada tienen que ver con las diversas vidas del hombre, cuya existencia vamos a demostrar en serios y profundos estudios.
El hombre reconoce, casi implícitamente, que su existencia física se divide en unas cuantas vidas que él recuerda y a las que asigna, a veces con bastante emoción, un significado particular y diferente al del resto de sus días. Es que esos trechos o períodos son en verdad como vidas que se viven dentro del espacio que llena la existencia. Y tan vidas aparte son, que hasta tienen una característica definida, al igual que la vida misma en su conjunto de circunstancias e incidencias propias del individuo.
Si cada uno se sitúa como espectador de sus propios hechos, notará que ha sido protagonista de innumerables episodios cuya mayoría no tiene ninguna conexión con los demás; es como si fueron hilaciones truncas o motivos caprichosos que no poseen en muchos casos, justificación o razón de ser, y en otros, resultan de sentido incoherente, y no condicen con la voluntad o el libre juicio del que promovió tales incidencias en su haber histórico.
La vida de familia, la que concierne directamente a las responsabilidades íntimas, comprende otra especie de vida en la que se enlazan los afectos, los deberes y las preocupaciones de exclusiva cuenta doméstica. El hombre dispone de un tiempo y espacio de existencia que consagra a su familia, lo cual vendría a representar a su vez una vida en la que las imágenes vividas o por vivir, son de una naturaleza diferente a las demás, pero similares entre las que atañen a ese sector.
Obsérvese que hemos tomado para ejemplo de estos casos, a seres que poseen una cultura y disciplina que encuadran dentro de un marco de vida más o menos regular. Aun así, los vemos llevando dos, tres, cuatro y más géneros de vida en los que intervienen directamente como actores. También actúan en las que podrían llamarse “pequeñas vidas”, cuando por causas propias o ajenas a su voluntad, se ven impelidos a incursionar en campos que no son de su particular predilección, o que siéndolo, permanecieron alejados de ellos por razones de diversa índole. Allí los vemos vinculándose, en muchos casos, a episodios aislados (1), a imágenes que quedan en el recuerdo y que aparecen, a veces, en ratos de revivencia mental, mezcladas con el humo del cigarro, y otras, para prevenir, en los momentos de reflexión, la repetición de aquellos que no fueron gratos.
Quizá sea necesario adelantarse al lector, o por lo menos señalarle, que al escribir el título de este artículo, se ha tenido, probablemente, un mismo pensamiento, esto es, que no ha podido menos que acudir a la mente la tan mentada particularidad que se atribuye a los gatos, de poseer siete vidas. Pero, dejemos tranquilos a estos domésticos felinos que nada tienen que ver con las diversas vidas del hombre, cuya existencia vamos a demostrar en serios y profundos estudios.
Suele escucharse muy a menudo que éste o aquél dice: “En mi vida de escolar yo hacía tal cosa”, o “ en mi vida de universitario”, o “de soltero”, o “de casado”, o “de soldado”, o “de marino”, etc. Pues bien; con ello ya tenemos la primera confirmación de nuestro tema.
El hombre reconoce, casi implícitamente, que su existencia física se divide en unas cuantas vidas que él recuerda y a las que asigna, a veces con bastante emoción, un significado particular y diferente al del resto de sus días. Es que esos trechos o períodos son en verdad como vidas que se viven dentro del espacio que llena la existencia. Y tan vidas aparte son, que hasta tienen una característica definida, al igual que la vida misma en su conjunto de circunstancias e incidencias propias del individuo.
Hasta aquí lo que ocurre y es fácil de observar en el común de las gentes.
Veamos ahora, cuántas especies de vida teje el ser durante el curso de sus días. Si se realiza una prolija discriminación sobre los hechos vividos, es decir, sobre el carácter de cada circunstancia promovida en el escenario de la existencia, en lo que concierne a aquello que ocupó el tiempo y la atención individual, se observará que muchos acontecimientos se relacionan entre sí, mientras otros, ya por su índole, ya por su naturaleza, más bien forman capítulos aparte, que en modo alguno coordinan con los demás. Corresponde, pues, hacer una clasificación en la sucesión de las imágenes que desde el nacimiento alternaron y matizaron el escenario a que acabamos de aludir debiendo entender el lector que logosóficamente llamamos imágenes, a todos los cuadros o escenas vividas aquí o allí, en esta o aquella fecha.
Si cada uno se sitúa como espectador de sus propios hechos, notará que ha sido protagonista de innumerables episodios cuya mayoría no tiene ninguna conexión con los demás; es como si fueron hilaciones truncas o motivos caprichosos que no poseen en muchos casos, justificación o razón de ser, y en otros, resultan de sentido incoherente, y no condicen con la voluntad o el libre juicio del que promovió tales incidencias en su haber histórico.
Así, por ejemplo, tenemos a un hombre que atiende diariamente sus negocios. Aquí las escenas se suceden correlativamente, dentro del espacio de tiempo dedicado a esas tareas; las imágenes son coordinadas y aparece perfilada una vida en ese orden de actividades. Pero ese hombre, en los huecos de tiempo que le dejan sus ocupaciones o al terminarlas en el día, se encuentra con amigos y dispone ocupar el tiempo en otras cosas; tantas pueden ser, que bastaría enumerar algunas para tener una idea: juegos, bailes, cenas, viajes, como también ocupaciones de carácter intelectual o espiritual. Bien; en las imágenes que se suceden en estas otras actividades, el ser se vincula a personas, sitios, etc., lo cual va constituyendo el caudal de los recuerdos.
Si estas escenas se repiten con frecuencia y regularmente, como en el caso de los negocios, forman o tejen, por decirlo así, una vida, por cierto, muy distinta en substancia o contenido, a la habitual. Si se interrumpen, quedan entonces como fragmentos de tal o cual género de vida sin vinculación con otros, aunque pueden volver a actualizarse en determinados casos, al retomar el protagonista el hilo de esos pasajes vividos; por ejemplo el jugador que deja de jugar y un buen día vuelve en busca de los ambientes de juego. En estos casos la unión de los tiempos es nociva y, por lo tanto, perjudicial para el ser, pues conecta nuevamente las imágenes semejantes de episodios que, aun cuando aparentemente son gratos, siempre terminan por producir un debilitamiento moral. Tenemos también el caso de viejas amistades que aparecieron vinculadas a hechos o circunstancias ligadas a uno mismo. Sea por accidentales encuentros, que es lo más común, o por nexos de otras amistades, ellas vuelven a conectarse, estableciéndose una nueva corriente de simpatía o de afectos que entran a pertenecer a la vida familiar, vale decir, a esa vida de relación circunscripta al sector de las experiencias humanas.
Si estas escenas se repiten con frecuencia y regularmente, como en el caso de los negocios, forman o tejen, por decirlo así, una vida, por cierto, muy distinta en substancia o contenido, a la habitual. Si se interrumpen, quedan entonces como fragmentos de tal o cual género de vida sin vinculación con otros, aunque pueden volver a actualizarse en determinados casos, al retomar el protagonista el hilo de esos pasajes vividos; por ejemplo el jugador que deja de jugar y un buen día vuelve en busca de los ambientes de juego. En estos casos la unión de los tiempos es nociva y, por lo tanto, perjudicial para el ser, pues conecta nuevamente las imágenes semejantes de episodios que, aun cuando aparentemente son gratos, siempre terminan por producir un debilitamiento moral. Tenemos también el caso de viejas amistades que aparecieron vinculadas a hechos o circunstancias ligadas a uno mismo. Sea por accidentales encuentros, que es lo más común, o por nexos de otras amistades, ellas vuelven a conectarse, estableciéndose una nueva corriente de simpatía o de afectos que entran a pertenecer a la vida familiar, vale decir, a esa vida de relación circunscripta al sector de las experiencias humanas.
La vida de familia, la que concierne directamente a las responsabilidades íntimas, comprende otra especie de vida en la que se enlazan los afectos, los deberes y las preocupaciones de exclusiva cuenta doméstica. El hombre dispone de un tiempo y espacio de existencia que consagra a su familia, lo cual vendría a representar a su vez una vida en la que las imágenes vividas o por vivir, son de una naturaleza diferente a las demás, pero similares entre las que atañen a ese sector.
Tenemos las imágenes que se promueven y proyectan en la vida de un político, de un militar, etc., todas ellas revistiendo una correlación de aspectos idénticos, desde que cada actuación en cualesquiera de esas vidas, se caracteriza por su particular e inherente peculiaridad. El político hablará, escribirá y se moverá dentro del campo de sus actividades, absorbido por cuanto concierna a la política; de idéntico modo el militar, el profesional u toda persona que tenga una ocupación determinada, que, por mejor decirlo, concentre la mayor parte de su atención diaria.
Pero esas personas también dedican una parte de tiempo, como ya se ha hecho referencia en párrafos anteriores, a estudios y a diversiones, según sean, por un lado, las aspiraciones, y por el otro, los deseos.
Obsérvese que hemos tomado para ejemplo de estos casos, a seres que poseen una cultura y disciplina que encuadran dentro de un marco de vida más o menos regular. Aun así, los vemos llevando dos, tres, cuatro y más géneros de vida en los que intervienen directamente como actores. También actúan en las que podrían llamarse “pequeñas vidas”, cuando por causas propias o ajenas a su voluntad, se ven impelidos a incursionar en campos que no son de su particular predilección, o que siéndolo, permanecieron alejados de ellos por razones de diversa índole. Allí los vemos vinculándose, en muchos casos, a episodios aislados (1), a imágenes que quedan en el recuerdo y que aparecen, a veces, en ratos de revivencia mental, mezcladas con el humo del cigarro, y otras, para prevenir, en los momentos de reflexión, la repetición de aquellos que no fueron gratos.
Todos estos trechos de vida que, como la vida misma, tienen un principio y un fin, han merecido un estudio aparte en el que la Logosofía descubre misterios que parecen insondables a la inteligencia humana. En posteriores ediciones volveremos a ocuparnos de este tema, que es por demás interesante y de sumo valor para el conocimiento de todos.
(Se refiere a los procesos anexos, tratados en otras publicaciones de la bibliografía logosófica.)
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