La crisis bajo un punto de vista trascendente
Yandí Luzardo
La gran dificultad que se presenta para superar la crisis que nos afecta a los mexicanos desde hace ya muchos años, reside en que se confunden los efectos con las causas.
Se percibe y se sufren las consecuencias del problema económico, de la inseguridad, de la falta de fuentes de trabajo, de la incapacidad para pagar créditos, del endeudamiento generalizado, de la corrupción, del deterioro ecológico, de la violencia , etc.
Son estos, hechos concretos, físicos, de naturaleza material; pero su causa y origen está en la mente de los hombres y de manera más específica, en los conceptos, en la manera de pensar y sentir, que luego se reflejará en la conducta individual y colectiva.
Muchos de esos conceptos son de vieja data, y puede decirse que se fueron conformando durante siglos y hasta milenios. Subyacen en el carácter y la modalidad de los seres de todas las razas y naciones, aunque aquí nos referiremos específicamente a los mexicanos, porque vivimos en México y somos mexicanos por nacimiento o por naturalización. Todo esto conforma lo que genéricamente se llama nuestra idiosincrasia.
En este breve estudio intentaremos hacer un ejercicio reflexivo, analizando algunos de esos conceptos y los compararemos con otros, que estoy seguro, en la medida que sean adoptados irán generando un nuevo comportamiento, una Nueva Cultura.
Dijo el autor de la Logosofía que no hay evolución sin cambios,verdad lapidaria, por cierto, y aunque haya una gran resistencia a desprenderse de las viejas prendas, de los viejos hábitos, los tiempos actuales exigen superar comportamientos, trascender limitaciones, modificar integralmente nuestra manera de actuar, para lo cual, insisto, es preciso analizar con profundidad algunos de los conceptos que norman nuestra conducta diaria.
A guisa de ejemplo, abordaremos algunos de ellos, ya que si pretendiéramos abarcarlos todos o por lo menos la mayoría, necesitaríamos de un tiempo mucho, pero mucho mayor del que disponemos en esta breve charla .
Desde hace mucho tiempo se acepta el concepto, incluso inculcado por generaciones, de que todo lo que pidamos a Dios, éste nos lo concederá, y por inferencia existe la creencia de que gobiernos, instituciones, o clases sociales privilegiadas; tienen la obligación, el deber, de darle a los menos favorecidos, -y también a muchos favorecidos- lo que aquellos les pidan o exijan.
Este concepto, esgrimido por los extremismos ideológicos, ha sido hábilmente utilizado para adormecer a las masas y someterlas. En cambio, lo que recibieron esas masas, fué un alud de promesas posteriormente incumplidas, la pérdida de todo tipo de bienes y en los casos más extremos, su libertad.
Realmente Dios nos ha dado el máximo bien: la vida; además, una mente maravillosa que, conocida y bien utilizada, nos permite pensar, observar, juzgar, etc. además nos dotó de una sensibilidad para que amemos, perdonemos, consintamos, y nos compadezcamos por aquellos que sufren; una conciencia, insobornable e incorruptible, que nos permite diferenciar lo bueno de lo malo, lo justo, de lo injusto; una voluntad, que ejercitada nos permitirá alcanzar, por el camino correcto y sensato, uno a uno nuestros más preciados anhelos; y por si esto fuera poco, nos dio un planeta maravilloso que tiene todo lo necesario para conquistar día a día la propia felicidad y ayudar a alcanzar la ajena. Y aún con todo ello, le pedimos a Dios sacarnos la lotería, o que por algún milagro nos aleje de nuestras penurias, angustias o sufrimientos, o que nos de un gobernante maravilloso que nos saque de la crisis que angustia a tantos. Y si en todo este proceso no tengamos que pensar o hacer algún esfuerzo, mejor aún.
En progresión descendente le pedimos y exigimos a las autoridades de todos los niveles que actúen y gobiernen de acuerdo a nuestros deseos particulares, intereses o vanas ilusiones. Y más allá, la misma actitud la tenemos con la empresa en donde trabajamos, el jefe, la esposa, en fin, ante quién se nos ponga por delante.
Dejemos entonces de pedir, de exigir, de esperar que otros resuelvan nuestros problemas. Los tiempos exigen un cambio drástico de actitud. Pensemos, reflexionemos para darnos y dar, en cada una de las áreas de nuestra vida. Aprendamos a bastarnos a nosotros mismos, y enseñemos a otros, recordando la vieja enseñanza, de que no tenemos que dar el pescado al hambriento, sino enseñar a pescar, porque la mayor dádiva que podemos hacer al semejante,es capacitarlo, enseñarle, darle conocimientos, saber. Aprendamos a pensar conscientemente y luego enseñemos a pensar a los demás. De esa manera, el inmenso problema que tiene México, y que es la suma de ciento y tantos millones de problemas, dejará de ser irresoluble, porque cada uno habrá aprendido a resolver su propio problema existencial y material.
Cambiemos entonces la actitud de pedir lo que anhelamos, por la de obtener por los propios medios, mediante un esfuerzo inteligente y perseverante, y luego dar parte, generosamente, de esos bienes a los demás.
Y ya que hablamos de dar, dejemos el viejo concepto de dar sólo bienes materiales para practicar la caridad con inteligencia, educando, en el amplio y profundo sentido que tiene el término y que por otra parte veo como el único camino para resolver plenamente todo tipo de crisis.
Analicemos ahora otro concepto que ha hecho un daño inmenso a sectores mayoritarios de nuestra población. Se tiene la creencia de que lo importante es pensar en el presente, en el aquí y en el ahora; la Providencia se encargará del futuro. De esta idea se deriva la expresión popular de que : "Dios proveerá", o aquella otra de que : "cada niño trae su torta".
De esta manera, de una manera inconsciente, se hipoteca el futuro para bien pasarla en el presente, y como el futuro se vuelve presente, vivimos permanentemente hipotecados. Probablemente por ello es que se ha hecho carne en gobernantes y gobernados lo que se dice vulgarmente:"vivir de prestado"
Esto de pedir prestado se ha convertido en una especie de deporte nacional, y cuando un gobernante ha conseguido un crédito mayor y con mayor plazo, lo presenta en su discurso político como un gran logro, como una muestra de capacidad e inteligencia. Este vivir para el hoy, para el corto plazo anula las oportunidades del futuro. En otro orden de cosas, talamos los bosques, destruimos los ecosistemas, no tomamos medidas radicales para educar a fondo a la sociedad y evitar el círculo fatídico de la ignorancia, de la explosión demográfica, del crecimiento anárquico de las ciudades, de la pobreza del campo, etc., etc.
Y todo ello, porque no se piensa lo suficiente en el mediano y largo plazo, porque no se piensa en ese futuro, que inexorable será presente.
Lamentablemente en el plano político, las consecuencias de esta actitud han sido nefastas y cuántos gobernantes ilusamente, han querido forjar en ese corto plazo un prestigio, que resultó pírrico, causando angustias y carencias a la población más allá de su gobierno, para que luego, la Excelsa Justicia que emerge de la realidad misma, se encargue de poner a cada uno en su lugar, sin que para ello sirva en lo más mínimo, el poder y la gloria efímeros alcanzados cuando se estaba en la cima.
Desgraciadamente, mientras no se eduque en estos conceptos a la sociedad, seguirá la masa escuchando el canto de sirenas de los demagogos y cayendo bajo el embrujo de las falsas promesas.
El concepto que es preciso adoptar, es hacer en el hoy, pensando en el mañana, en el corto, mediano y largo plazo; en las consecuencias de nuestras acciones presentes que repercutirán en ese mañana, para que la bonanza y la felicidad futuras sean una conquista que iniciemos en el ahora, pensando y edificando ese futuro en el presente.
No pensar en el mediano y largo plazo es aceptar la degradación, la miseria y el sufrimiento futuros, y aunque neguemos esta realidad, ella nos mostrará tarde o temprano las consecuencias de nuestra imprevisión.
Pasemos ahora a la tan mentada área moral, pero que generalmente se queda en discursos plagados de generalidades, de buenas intenciones, pero sin la precisión que da el conocimiento sobre asunto tan trascendental para la vida humana.
Veamos. Por siglos se ha aceptado que basta con pedir perdón para que Dios, gobernantes, instituciones, etc., nos perdonen nuestras faltas y errores. Esta aparente facilidad para quedar eximidos del castigo o sanción por conductas incorrectas o equivocadas, ha alimentado la ilusión en millones de seres de que no habrá sanción de ninguna especie, si en el momento y lugar oportunos nos arrepentimos y pedimos perdón.
El concepto extraído de la Logosofía que a continuación presentaré, por cierto, es bien diferente al mencionado.
En primer lugar, el perfecto equilibrio que guarda toda la Creación, a pesar de los desatinos humanos que pretenden alterarlo sin conseguirlo, refleja la presencia de Leyes Universales, creadas por Dios, excelsamente justas, inexorables y eternas. Desde el más pequeño, hasta el más grande desacierto o falta, será sancionado por esas Leyes, y todo acto justo, digno y bello, quedará , por el contrario, bajo su amparo, bajo su protección. Es decir, que nadie ni nada se escapa de ese juicio exacto, preciso, perfecto, que dichas Leyes hacen de cada uno de los actos, de los incontables millones de criaturas inteligentes que pueblan el Universo. El día que se entienda esta verdad, quienes actúan con aparente impunidad, lo pensarán dos veces, o tal vez muchas más y aunque sepan que pueden violar e infringir sin sanción muchas de las leyes humanas, tarde o temprano tendrán que enfrentarse a la deuda contraída ante ese Supremo Tribunal, que no sanciona solamente después de la muerte, sino también en el aquí y ahora.
La gran tragedia humana, según la entiendo, es que los hombres no percibimos el proceso de expiación que estamos pagando en el infierno que hemos creado por nuestros desvíos y faltas que venimos cometiendo desde mucho tiempo atrás, aunque de ello no se tenga mayor conciencia. Basta con abrir el periódico o prender el radio o el televisor para corroborar este aserto.
Carlos B. González Pecotche, creador de la Logosofía, nos legó, un hermoso y original concepto del perdón que nos dignifica, y estimula como criaturas pensantes y sensibles a adoptarlo.
Nos dice en uno de sus libros que el perdón, el verdadero perdón, lo otorga Dios a través de la conciencia individual, luego de un proceso de auto- redención, o auto-rescate, en el que una a una, iremos saldando nuestras deudas en la medida que compensemos aquellas con aciertos, obras de bien, con hechos, que atestigüen que hemos trascendido nuestras limitaciones y errores en una verdadera superación, reflejada en una conducta correcta.
Quiere decir entonces, que esas leyes que rigen lo creado, no "perdonan", según la acepción común del término de "borrón y cuenta nueva", sino que seguirán sancionando inexorablemente nuestros errores, hasta tanto no enmendemos nuestra manera de actuar para que con aciertos y con actos dignos, quedemos bajo su protección y amparo.
Bien ya se ha dicho que "hechos son amores", y que, " por sus frutos los conoceréis". Pues bien, sea entonces la propia conciencia individual la que dictamine y juzgue nuestros esfuerzos y nuestros logros por hacer cada día algo útil, digno y bueno, sin esperar vanamente que alguien nos absuelva, sin haber hecho ningún mérito para merecerlo.
A título de ejemplo, nos hemos detenido en los conceptos señalados anteriormente. Sin embargo será necesario abordar y meditar sobre muchos más, verbigracia, caridad, solidaridad, verdad, justicia, libertad, responsabilidad, gratitud, trabajo, riqueza, bien, mal, etc., para que a nivel individual y colectivo, con un mayor grado de conciencia alcanzado, vayamos superando nuestras limitaciones al desarrollar nuestro inmenso potencial que tenemos como seres humanos en nuestro interior, para lo cual resulta imprescindible un progresivo, firme y profundo conocimiento de sí mismo.
De esa manera habremos creado las condiciones para tomar el camino correcto y avanzar, avanzar siempre en pos de nuestros más caros anhelos , dejando atrás las reiteradas crisis que no son otra cosa que el sacudimiento que nos da Dios de cuando en cuando para que comprendamos nuestros errores, salgamos del letargo mental, moral y espiritual en que nos encontramos y alcancemos la dicha suprema en el bien hacer, sacándole el máximo provecho a nuestra existencia al disfrutar plena y conscientemente cada instante de nuestra vida.
Entonces sí, las crisis que reiteradamente nos agobian como pueblos e individuos, serán cosa del pasado al superarse las causas que las generan.
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