Filiación psicológica de los tipos humanos
Por: Carlos B. González Pecotche
Artículo publicado en Revista Logosófica en agosto de 1943, pág. 19
Al escudriñar entre los tantos pliegues de la psicología humana, nos encontramos en presencia de un hecho que la Logosofía ha comprobado ya: la existencia de tipos psicológicos que obedecen a una conformación similar, cuyas fisionomías, gustos, tendencias, cualidades o defectos, son, salvo pequeñísimas variantes, casi exactamente iguales.
Se ha observado este hecho hasta en quienes podría predecirse sin temor a equivocación alguna, que cuando grandes habrán de reproducir con bastante fidelidad la vida de personas cuya filiación psicológica parecería estar calcada en ellas. Esta observación, confirmada en muchísimos casos, señala con innegable evidencia que existen configuraciones psíquicas que responden invariablemente a una determinada tipología, en la que los individuos se semejan entre sí como pertenecientes a una misma serie psicológica.
Se ha observado este hecho hasta en quienes podría predecirse sin temor a equivocación alguna, que cuando grandes habrán de reproducir con bastante fidelidad la vida de personas cuya filiación psicológica parecería estar calcada en ellas. Esta observación, confirmada en muchísimos casos, señala con innegable evidencia que existen configuraciones psíquicas que responden invariablemente a una determinada tipología, en la que los individuos se semejan entre sí como pertenecientes a una misma serie psicológica.
En los estudios efectuados se confirma que no sólo se encuentran tipos de casi perfecto parecido entre los miembros de una misma familia, sino también, y son muchos los casos, entre personas sin vinculación alguna, y aun entre familias provenientes de distintos países.
No obstante, es obvio señalar que los parecidos entre sí, que constituyen la serie psicológica a que nos referimos, solamente se mantienen mientras perduran las disposiciones que les son comunes, pero tan pronto uno de ellos evoluciona buscando para sí una superación, los rasgos psicológicos coincidentes se van diferenciando hasta el punto de tornarse totalmente extraños unos a otros. Esta particularidad que mencionamos no deja de ser de suma importancia, pues advierte que las características psicológicas típicas pueden ser mejoradas hasta producirse cambios substanciales en las mismas. Mucho más aún si esa característica coincide con la que presentan ciertos animales, a menos que los que tienen tales semejanzas se sientan cómodos y hasta halagados con ellas. En tal caso, se les seguirá denominando, como es común, zorros, lobos, tigres, cerdos, gatos, etc.
Si tendemos la vista hacia el mundo y observamos el drama que hoy vive la humanidad, fácil nos será apreciar cuán estériles han sido los viejos moldes en que se calcaron las simientes que hoy se inmolan en la gigantesca pira que arde casi de un extremo a otro del orbe. Y pensando en ello, cabría preguntar si ante el fracaso de tanta energía gastada en aras de metas inalcanzables, no sería el caso de crear una tipología superior que satisficiera con holgura las exigencias de un mundo mejor constituido, y cuya existencia respondiera a los altos designios para los cuales el hombre fue creado.
Pero esta nueva serie de tipos psicológicos deberá ser creada, como hemos dicho, obedeciendo a las necesidades del futuro, que habrá de demandar verdaderos esfuerzos conscientes de superación a fin de que la humanidad no vuelva a caer en el tenebroso abismo de las pasiones que tanto retrogradan al género humano.
Es necesario prodigar a todos, y a la juventud en particular, una nueva instrucción, muy superior a la común; instrucción que deberá comprender la extensión de casi toda la vida, desde que el perfeccionamiento humano no es obra de unos pocos años. El conocimiento de ciertas leyes universales permitirá al hombre experimentar la magnitud de sus prerrogativas, cuyo valor es incalculable, y le hará sentir a la vez su enorme responsabilidad frente a los problemas de su existencia y del mundo.
Consideramos que la serie de tipos psicológicos que surja de entre las cenizas de esta hecatombe, tendrá que manifestar características de una especie muy diferente a las anteriores. Sólo así el sacrificio no habrá sido estéril o en vano.
El estudio, el afán de superación, la comprensión clara de las necesidades que reclama la evolución de los pueblos, deberán ser los signos evidentes que nos denuncien la iniciación de una nueva era de verdadera reconstrucción del estado humano, pero a ello habrá de sumarse el cultivo incesante de las facultades que cada uno posea y el enriquecimiento del saber por la conquista del conocimiento en sus más altos alcances y contenidos.
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