Cuadros analógicos convergentes en el ser
El reloj psicológico
Por: Carlos B. González Pecotche
Artículo publicado en Revista Logosófica en marzo de 1943 pág. 17
La Escuela de Logosofía se caracteriza y distingue por la calidad de las enseñanzas que imparte. Ellas son únicas en su esencia y brindan a las generaciones actuales y del futuro, posibilidades insospechadas de superación.
Actualmente no existe en el mundo ninguna otra escuela similar a ésta. Por la índole de los conocimientos que difunde, de tan vital importancia para la vida, la enseñanza es activa y requiere una constante atención docente. No se reduce a un simple aprendizaje especulativo ni se puede por simple lectura de los textos publicados o a publicarse, comprender y asimilar el contenido específico de tales conocimientos.
Actualmente no existe en el mundo ninguna otra escuela similar a ésta. Por la índole de los conocimientos que difunde, de tan vital importancia para la vida, la enseñanza es activa y requiere una constante atención docente. No se reduce a un simple aprendizaje especulativo ni se puede por simple lectura de los textos publicados o a publicarse, comprender y asimilar el contenido específico de tales conocimientos.
El investigador logosófico, cuya labor principal debe ser el aprovechamiento total de la substancia mental viva de ese contenido, no puede, por sí solo, sin el auxilio de la palabra maestra que guía el entendimiento, absorber ese saber profundo, cuya fuerza extraordinaria tantos ya han experimentado, sobre todo en cuanto a su virtud de ampliar la vida hacia horizontes tan vastos y que tanta atracción ejercen en la naturaleza psicológica de todos los que han sentido su inmanencia.
Ya lo hemos dicho muchas veces: la Escuela de Logosofía es eminentemente experimental, pues lleva la experiencia a todos los campos de la actividad humana. Esto quiere decir que el pensamiento madre, cuya potencialidad y fecundidad germinativa se manifiesta en una exuberante proliferación de pensamientos, no corre el peligro de extinguirse, en el estéril campo teórico o especulativo. El conocimiento logosófico es esencialmente práctico, y cada uno debe aplicarlo a su propia vida y, por lógica consecuencia, a cuanta actividad desarrolle diariamente.
Empero, antes debe realizarse una sólida preparación, empleando en pro del mejoramiento individual todos los elementos que este saber brinda.
La Logosofía utiliza con frecuencia, como uno de sus más eficaces medios pedagógicos, la presentación de imágenes mentales, claras, penetrantes, de un gran valor didáctico. Estas imágenes facilitan en sumo grado la comprensión de temas de observación y estudio, y permiten una rápida absorción del conocimiento. Vamos a presentar seguidamente, para mejor ilustración, una de ellas, a fin de que el investigador logosófico extraiga la parte vital de su contenido.
La psicología humana es semejante a uno de esos relojes ordinarios, que no andan dos días bien, atrasan, adelantan o se paran, se les salta la cuerda o aflojan los engranajes.
Fácil es advertir en muchos, al comenzar su preparación logosófica, la serie de desperfectos que aparecen en el mecanismo de ese reloj. Lo curioso es que sus dueños no demuestran percibirlo y hasta piensan que funciona con toda perfección. Recién cuando se les advierte el estado en que se hallan y las irregularidades de su funcionamiento, parecen despertar a la realidad. Olvidaron, y esto incluye a toda la humanidad, que cuando el hombre fue creado hubo de engarzarse en su ser una magnífica maquinaria, una especie, digamos, de reloj psicológico, y cuando esto se consumó, le fue dicho que él marcaría todas las horas de su existencia, controlaría todos sus pensamientos y actos, y registraría, en una palabra, cuanto ocurriese durante el lapso de su vida.
El hombre se procreó en el mundo y no pasó mucho sin que aquel pronunciamiento se borrase de su memoria, llegando hasta ignorar casi por completo, la existencia dentro de sí de semejante mecanismo. Hubo quienes conservaron por más tiempo la regularidad de su funcionamiento, pero luego, aguijoneados por la curiosidad, comenzaron a cambiar las diferentes piezas de su engranaje hasta descomponerlo. La que correspondía a la reflexión fue cambiada por la imaginación; la del entendimiento, por la de la intuición, y ésta, por la del instinto. A la voluntad se la desengranó dejándola marchar caprichosamente, y hubo también quienes hicieron saltar al reloj la cuerda, representada por la razón.
Se comprenderá así que mientras el reloj detenía su marcha por desperfectos, no podía registrar las horas, las que implícitamente contenían el resumen de todo lo actuado. Acontecía, entonces, que una gran parte de la vida quedaba borrada, con la consiguiente desvalorización de la misma. ¿No ocurre esto, acaso, en aquel que pasa su mayor tiempo sin hacer nada? ¿Qué hechos importantes se registran durante ese período de inercia? La vida se torna vegetativa y estéril, y a menos que necesidades imperiosas no obliguen a poner en marcha el reloj psicológico, éste no andará.
Empero, así como no puede pensarse que el solo hecho de poner en marcha un reloj que ha sufrido desperfectos, es suficiente para asegurar la continuidad de su funcionamiento, tampoco puede admitirse que el hecho de que un ser en esas condiciones se decida a trabajar, dé seguridades sobre la continuidad del mismo.
El reloj en cuestión marcará las horas con bastante atraso, aun cuando muchos se han ingeniado para que las horas del desayuno, el almuerzo y la cena, las marque con toda precisión, lo cual no es muy difícil, pues quienes lo hacen ven bien señaladas esas horas cuando lo desean, aunque las manecillas del reloj se hallen juntas o separadas o marchen en sentido inverso.
Otra cosa es cuando se quiere realmente encauzar la vida hacia horizontes más amplios. No se puede encarar el problema de la superación integral de sí mismo, si no se comienza por estudiar, hasta conocer bien a fondo, las piecesitas que componen ese admirable mecanismo que condiciona el tiempo al servicio de la inteligencia. Esto, desde luego, requiere en alto grado el cultivo de la paciencia, mientras se practica y adquiere dominio sobre el hábito de concentrar la atención en el objetivo que la demanda preferentemente.
Dijimos que la cuerda se llama razón; por consiguiente, es necesario no olvidar de darle cuerda al reloj todos los días; en otras palabras, hacer que la razón marche a horario, sincronizándola con los movimientos de la inteligencia. Si ella se atrasa, ¿de qué servirá llevar el reloj en la mano, en el bolsillo, o dentro de la mente? Es la razón, justamente, la que impulsa a todo el engranaje y la que debe mantener una coordinación perfecta de la maquinaria, y es ella la que determina la verdad del tiempo en la esfera mental, donde se verifica el registro de los hechos y de los pensamientos que documentan la vida.
Conociendo esto, es indudable que cada uno anhele componer su reloj psicológico, y aun lograr que le sea dado cambiarlo totalmente. Entonces se poseerá un cronómetro de alta precisión, y ya sabemos cuánto vale y cuán pocos lo poseen.
Quien conozca el mecanismo de dicho reloj, podrá advertir de inmediato cualquier deficiencia en su funcionamiento y, por tanto, en él estará el corregirla. Este conocimiento le conferirá a su vez, el don de penetración suficiente para conocer cómo marchan los relojes de los demás y advertir, sin ninguna dificultad, el estado mental de sus dueños.
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