Estudio sobre estados mentales
Por: Carlos B. González Pecotche
Artículo publicado en Revista Logosófica en diciembre de 1941 pág. 25
Frente a una, persona que dice enfáticamente: -Qué quiere usted, Dios me hizo así y nada podrá cambiarme- ,¿qué diría usted, lector?
Lo que comúnmente se ha dicho en estos casos es que tal persona no tiene arreglo o no hay medio de que cambie su manera de pensar.
Pues bien; ¿no resultará, acaso, interesante, saber qué haría un buen logósofo ante un ser así?
Veamos: la primera impresión que recibirá es que éste se ha colocado al margen de la razón, y, por ende, de toda lógica. Dicha impresión dibuja el esquema psicológico del sujeto, colocándolo dentro de un cuadro en el que la sensatez pareciera estar ausente. Luego de enfocar con toda detención esta posición mental, una segunda impresión le indicará que se requiere un tacto especial para decidir al obstinado, en primer término, a entrar en razón, analizar y buscar los fundamentos de tan temeraria afirmación. Si se halla frente a un amigo le dirá: -¿Cómo sabe usted que Dios lo hizo así? ¿Lo hizo así cuando usted vino al mundo o ahora?-
En el primer caso, admitirá el logósofo que haya sido así, pero en el segundo, no puede admitirlo. El interrogado habrá tenido innumerables oportunidades de cambiar la faz de su vida, y como todos, debe tener sus aspiraciones, sólo que han de faltarle los medios para realizarlas. Un conformismo absoluto, como el que señalamos, es inconcebible en quien, pleno de vida y de prerrogativas, puede llenar altas finalidades. Si se le propusiera cambiar de posición, mejorando sus condiciones en todo sentido, ¿seguiría sosteniendo que nada podría cambiarlo? Sería absurdo; sería abjurar de sus derechos de ser humano dotado de inteligencia.
Dios hizo al hombre a su semejanza. Esto ya significa y expresa una condición que ha negado a las demás especies del orbe. Pretender que le ha hecho antojadizamente, con un sello particular, limitándolo a sufrir las consecuencias de una precaria situación, como la que supone la expresión que analizamos, sería una aberración inadmisible. Por tanto, debemos considerar que si Dios hizo al hombre a su semejanza, en él está el descubrir las claves que lo hagan consciente de tal semejanza; y para ello, no bastará con desearlo. Dichas claves sólo aparecen a la vista cuando el entendimiento está preparado para comprenderlas y servirse de ellas sensata y juiciosamente.
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