13 dic 2012

¿Cómo se organiza el Archivo Mental?

¿Cómo se organiza el Archivo Mental?

Por: Carlos B. González Pecotche

Artículo publicado en Revista Logosófica, Enero 1941, p. 9




Tomemos, por ejemplo, un pensamiento al que hemos dado vida porque lo concebimos útil, o porque nos reportará, supongamos, satisfacción el convivir con él, aunque no en todos los momentos nece­sitásemos servirnos de él. Lo colocamos en el archivo mental, es decir, lo situamos en un lugar prominente de nuestra llamada "memoria", o sea la facultad de recordar. Y así vamos situando, uno tras otro, a todos aquellos que nos son útiles y que nos han de servir en cada una de las circunstancias en que más necesidad tengamos de ellos para cumplir una actuación feliz.


En el mundo común acontece que esos pensamientos, en la confianza de que cuando llegue el momento de utilizarlos se tendrán a mano, son amontonados en el recinto mental, en vez de ser prolijamente ordenados como en un archivo. Pero llega el momento de hacer uso de uno de ellos, y la mayoría, al ir en su busca, no lo encuentra, o demora tanto en hallarlo entre los demás, que al final no puede emplearlo.

En Logosofía el caso es muy diferente, porque éstos pueden ser ubicados en el recinto mental, clasificados en su orden, y llegada la oportunidad, puede acudirse a ellos y encontrarlos rápidamente a fin de utilizarlos con inteligencia.

Ahora bien; como tales pensamientos son factibles de ser aumentados de acuerdo a la capacidad que se vaya logrando - capacidad en espacio mental, se entiende -, se los debe tener siempre en movimiento; tomar uno u otro, respectivamente, para que nos sirva en un supuesto caso que le presentemos; por ejemplo, un caso en el que podría servirnos para solucionar un problema, haciendo, para tal efecto, que el pensamiento elegido para dicho ejercitamiento se ponga en actividad y cumpla su objetivo. Si se hace dos, tres, cinco, diez, quince veces esta prueba, se logrará una gran flexibilidad mental, y con toda seguridad que luego, al menor movimiento de nuestro pensamiento motriz, la imagen que se quiere recordar acudirá sola, de inmediato, a nuestro llamado, siendo posible utilizarla con toda facilidad.


Esto es lo que muchas veces ha hecho sorprender y ha asombrado al espíritu de las gentes, cuando en presencia de alguien poseedor de una vasta cultura mental, observa esa forma instantánea de operar con los pensamientos. Es, justamente, porque se ha tenido la precaución de ordenar ese gran archivo que existe en la mente, organizándolo de modo que constantemente todos los pensamientos son puestos en actividad, tomando unos y otros para que asistan a ese juego de entrenamiento continuo, como medio más eficaz para tenerlos siempre dis­puestos y listos para servir.

Pero hay más; podemos tener en la mente un pensamiento de determinada naturaleza que vamos a utilizar, a servirnos de él, mas si en vez de emplearlo conforme a su naturaleza, conforme a lo que está destinado, lo utilizamos para otro fin, como hace la mayoría, se originará un movimiento de resistencia del pensamiento dentro de la propia mente y también, en la de los demás, existiendo casos en que hasta se producen perturbaciones y consecuencias que deben lamentarse después.

Veamos un ejemplo: encontrándonos en un momento de necesidad acudimos a alguien en procura de ayuda; exponemos, con auxilio de pensamientos que configuran tal necesidad, la situación en que nos encontramos y obtenemos lo que pedimos. Ese pensamiento ha cumplido su misión y logrado con éxito el objeto perseguido; pero, si sin necesidad alguna queremos utilizarlo para sorprender la buena fe de alguien, tratando de conseguir lo que en la otra situación era lógico y razonable, se producirá un movimiento de resistencia en una y otra mente, ocasionando disgustos y molestias inútiles. Es que se ha utilizado ese pensamiento, no para lo que estaba destinado, sino para un fin mezquino o para un fin que no era, precisamente, aquel que le fuera asignado cuando se le puso en el archivo mental.

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