Arcanos del conocimiento
Por: Carlos B. González Pecotche
Artículo publicado en Revista Logosófica en julio de 1943 pág. 03
La Creación es la máxima culminación del pensamiento universal de Dios. Como tal, es perfecta en su concepción.
Para el hombre, que es una partícula de esa Creación, sólo se halla manifestado a su conciencia aquello que su inteligencia descubre a medida que evoluciona hacia la más elevada expresión de su integridad.
Dentro de la Creación no es posible concebir la más nimia imperfección. Y para evitar lo paradójico que resulta atribuir a ella las llamadas imperfecciones del hombre, se ha de admitir, por la fuerza incontrastable de la realidad, que la imagen del ser humano, como parte integrante de la concepción universal, es perfecta; en otras palabras, el hombre es uno de los tantos productos de esa Creación.
Empero, el hecho de haber sido creado perfecto, no implica que deba, necesariamente, disfrutar de tal perfección, pues ello no será posible mientras no logre identificarse, por su propio esfuerzo, con esa perfección.
He ahí cuán grande es la sabiduría plasmada sobre la misma Creación. El ser humano es un contenido maravilloso de posibilidades, y es a la razón e inteligencia del hombre, a las que corresponde la alta misión de conocer cada una de ellas y lograr tal identificación.
Todos los defectos que se suponen imperfecciones cuando se habla de las características humanas, las alteraciones de sus rasgos psicológicos y las deficiencias de su temperamento racional, sólo son resultados de la ignorancia en que vive el ser con respecto a las posibilidades aludidas.
La superación integral, llamada también perfeccionamiento de sí mismo, no es otra cosa que el despertar de la conciencia, a cuyo impulso comienzan a verificarse en el ser diversos movimientos psicológicos de honda repercusión interna, que al poner en actividad las dormidas células que contienen en potencia el papel asignado a cada posibilidad, van transformando la vida en una nueva expresión, la que bajo el rótulo de civilización, continúa prosperando de edad en edad hasta que le es dado alcanzar su máxima finalidad, cual es la plena conciencia de su perfección, que implícitamente significa el pleno y total dominio del pensamiento madre de la mente humana, en relación directa con el pensamiento de la Mente Universal. Es el momento en que se establece una conexión irrompible con los verdaderos agentes del pensamiento omnisciente del Supremo Creador.
¿Puede, por ventura, el salvaje o el carente de toda cultura experimentar la realidad de su existencia y la de la misma Creación por el solo hecho de vivir y estar su vida contenida en el físico humano? ¿Qué es sino el ensanche de perspectivas lo que hace al hombre concebir su existencia como lo más precioso que Dios le ha dado acaso gozar y que es motivo de tan grandes y gratas satisfacciones?
Volvamos, ahora, la vista a las edades prehistóricas en que la humanidad, carente por la ignorancia de lo que hoy dispone por la inteligencia, vivía y concluía sus días en pequeños espacios, ajena por completo a la existencia que afloraba por todas las regiones de la tierra, y pensemos si entre las preocupaciones que puede tener el ser humano, por grandes que ellas sean, no debe ser la mayor, la de culminar en esa promesa que contiene las más altas manifestaciones del espíritu en el más alto grado de plenitud de la conciencia.
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