5 mar 2013

Las Debilidades Humanas


Debilidades humanas

"La grande" 


Por: Carlos B. González Pecotche
Artículo publicado en Revista Logosófica en enero de 1942 pág. 27


De cuantos compran semanalmente billetes de lotería con la ilusión de sacar un premio, podría decirse que el cien por ciento (y aquí nos referiremos a la gente mediocre, tanto la de escasos recursos como aquella cuya apariencia la presenta mejor vestida moral y físicamente) sólo piensa, o mejor dicho sueña, con el mayor: "la grande", como se dice vulgarmente. Esa codicia, que trasciende sin ser disimulada, se estimula vigorosamente en el hombre por un único deseo: el de llenarse de lujo para que parientes, amigos, compañeros de trabajo, vecinos y todos cuantos le conocen experimenten envidia viéndole convertido en gran señor. 


Qué satisfacción diabólica no sentiría el empleadillo, presentando la renuncia de su cargo al jefe, mientras le dice reprimiendo un tanto la emoción mezclada con aires de triunfo: Me retiro porque ya no necesito trabajar; lo hacía por una distracción. O el fulano, pasando a sus amistades y parientes la tarjeta con el nuevo domicilio para que se enteren que vive por lo menos en un "petit hotel" de algún barrio distinguido. Trajes por docenas, autos, pompa a todo vuelo, ya que hasta lo más caro, le parece excesivamente barato. Él, el nuevo rico, que antes daba vuelta sus trajes y almorzaba muchas veces con una humilde taza de café con leche. 

He ahí el afán de casi todos los pobres o de los no muy holgada situación económica: ser ricos para llenarse de soberbia y de insensatez. 

Observando la enorme fila de los que esperaban turno para comprar el billete de Navidad, allí donde lo expedían a precio de costo, reflexionamos: 

¿Acaso toda esa gente ha pensado seriamente en lo que haría si la suerte fuera suya? Seguramente, no, pues para aliviar la situación y aun para mejorarla notablemente, no necesita el hombre sacar "la grande", y no necesitando tal cosa, debería contentarse con billetes que cuestan mucho menos y cuyos premios no son nada despreciables. 

Es que para poseer de golpe grandes sumas de dinero es necesario tener la suficiente ilustración para poder administrarlas. El que no ha manejado dinero en abundancia, fácilmente lo derrocha, y muchos son los que debieron, luego de gustar la "grandeza", volver a la pobreza maldiciendo su suerte. 

¿Para qué se pide a Dios, por ejemplo, que conceda la gracia de sacar "la grande", si sólo ha de servir para perderse en las tentaciones y el libertinaje? Por ello será que muy raras veces Dios pone el premio mayor en manos del necio. Generalmente, este premio sale repartido entre muchos, y cuando cae entero, es un adinerado el que se lo lleva, pues sabe como administrarlo. 

Si el pobre fuera más sensato al jugar a la lotería, y pensara en el futuro y bienestar de su familia, en la ayuda sin jactancia que podría dar al prójimo, con toda seguridad la bolilla de su suerte ocuparía el lugar de las que salen para decepcionar. Pero una de las grandes debilidades humanas que más cuesta al hombre eliminar, es la vanidad. Ser todo sin hacer nada, y tenor mucho para hacer menos aún, he ahí la fórmula ideal de la típica tendencia humana.

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