12 abr 2013

El libro de oro

El libro de oro

Artículo publicado en Revista Logosófica en mayo de 1943 pág. 27


El hombre tiene la costumbre inveterada de llevar cuenta de todo, es decir, que todo lo indaga para satisfacer su curiosidad y le preocupa cuanto pasa al mundo entero. Este es un hecho muy cierto, como lo es también, que de quien menos se ocupa es de sí mismo.
No nos referimos a su arreglo personal o a la satisfacción de sus ambiciones, pues en ello es en exceso generoso, sino a la historia individual que cada uno debiera llevar al día. 

No debe olvidarse que la vida humana está contenida en un gran libro donde a diario se registra cada pensamiento bueno que se tenga u obra de bien que se realice, como también lo malo, sea en el pensar, decir u obrar. El hombre, por lo general, desconoce la existencia de este libro porque no se toma el trabajo de registrar en su conciencia sus propios pensamientos, palabras o acciones. Si así lo hiciera, vería con sorpresa cuántos cambios y cuántas correcciones debieron hacerse en el curso de sus días. Sabría, entonces, juzgarse en la justa apreciación de sus valores y no caería, como cae tan fácilmente, en la sobreestimación de sí mismo, en el ridículo de la inflación. 

Para conocerse internamente es necesario realizar en principio una formal presentación de la propia persona, pues ya se sabe que se es para uno mismo un simple desconocido. Alguien dirá que se encuentra frente a un ser mudo, que no sabe responderle; sin embargo, allí está, respondiendo a gritos con todo lo pensado y hecho desde que nació en este mundo. Si disgusta el tiempo que se ha perdido y la miseria de la labor realizada como ser inteligente y consciente, mediante el ordenamiento de una nueva y rigurosa disciplina contrólense los pensamientos y conducta, y conságrese el tiempo en recuperar las horas perdidas y reparar las faltas cometidas, a fin de que la obra de la vida sea una obra de hombres que han sabido pensar y sentir. Que la tinta que se empleó para grabar en las páginas del libro los caracteres de la propia historia, se transforme en oro líquido, ese oro que es la esencia del pensamiento vivo manifestándose en los rasgos y los hechos más honrosos, elevados y heroicos, que el ser humano debe condensar en las páginas de su libro personal . 

Acontece, bueno es hacerlo notar, que son los más, precisamente, los que piensan mal y actúan peor. A ellos ni hablarles de registrar por sí mismos sus pensamientos y sus acciones. Como no hay el menor intento de corregirse, mejor es no llevar cuenta de nada que se relacione consigo mismo, desde que sería exponerse a una vergüenza insoportable. Pero he ahí, ¡oh sublime paradoja!, que los demás anotan todo sin omitir punto ni coma. Y como este gesto de comedimiento es general, se dispensa y tolera, aunque no de muy buen grado. 

Cuándo será el día, pensamos, en que ese libro hecho de lata, donde cada uno echa sus buenos párrafos, se convierta en el libro de oro, cuyo autor sea uno solo, único y legítimo autor de su propia historia.




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