18 mar 2013

¿Puede cambiarse el destino?

Sobre la edificación del propio destino 

Por: Yandí Luzardo



Desde tiempos inmemoriales el hombre ha sentido una profunda inquietud acerca de su propio destino y de quienes le rodean. Ese desasosiego ha conducido a muchos a tratar de correr el velo del futuro a través de la quiromancia, la cartomancia y todo tipo de suertes adivinatorias.
También ha habido quienes investigaron en todo tipo de textos e incluso en la misma arquitectura, tratando de descubrir la clave profética que desentrañara el enigma tan ansiosamente buscado. 

En el fondo, la pretensión de conocer el futuro, ha obedecido en la mayoría de las veces, al deseo de ver confirmado en él la concreción de deseos y esperanzas largamente anhelados, así como propiciar una actuación más acertada en el presente conociendo de antemano lo que hubiere de suceder. 

Por otra parte no han faltado quienes pregonan una fatalidad inexorable en donde se presenta al ser humano como juguete de un destino prefijado y de fuerzas insuperables para la fragilidad humana. Para muchas personas nada es posible hacer, salvo resignarse ante acontecimientos generalmente trágicos y dolorosos que parecerían pronosticar un futuro aciago. 

Si bien las Leyes Universales que rigen todos los procesos de la Creación son justas, inexorables y eternas, como ya fuera afirmado por el autor de la Logosofía, esto no es óbice para que el hombre ejercite su libre albedrío, escogiendo por la vía del conocimiento el camino acertado que lo conduzca a un destino mejor. 

Sí es posible edificar un futuro más dichoso y pleno en todos los sentidos, pero para ello se requiere como lo afirmara el citado pensador no contravenir las leyes referidas para no quedar sujetos a su sanción. 

Es preciso seguir los pasos que ellas marcan de la misma manera como aquellas exigen al campesino primero sembrar oportuna e inteligentemente la semilla, para luego cuidar la tierra de labranza y finalmente recoger la cosecha como fruto del esfuerzo inteligente y la dedicación plena a ese objetivo. 

Hacia donde dirijamos la mirada en cualesquiera de las actividades humanas, veremos procesos que habrá que seguir de una manera inteligente para arribar al resultado anhelado, tanto en el plano material como en el mental, moral y espiritual. 

El conocimiento es entonces la llave que movida por las palancas de la voluntad, nos permitirá arribar con éxito a nuestros anhelos más caros. Por contraparte, la ignorancia es la bruma espesa que no solamente nos impedirá ver lo que tenemos por delante, sino que nos conducirá a un destino intrascendente, sin valor, prueba irrefutable de no haber aprovechado la oportunidad que como humanos tenemos de ascender progresivamente a las altas cimas del saber y disfrutar de los encantos de una vida superada en todos los órdenes. 

El destino es susceptible de ser modificado y edificado, pero se requiere una consagración constante, junto al auxilio de quienes, habiendo recorrido importantes trechos del camino, brinden la técnica y los conocimientos trascendentes que hagan posible la tarea, en forma análoga a los recursos que el arquitecto requerirá para plasmar en la realidad la excelsitud de sus obras. 

El artífice, mas que contravenir los dictados impresos en los materiales que usa, los conoce primero para luego amoldándose a las condiciones que determinan, elaborar obras maestras. 

El secreto de edificar una vida mejor, radicará en conocer paulatinamente el dictado de esas Leyes que nos rigen, para que acatándolas nos pongamos de una vez por todas a realizar la sublime tarea del autoperfeccionamiento, penetrando profundamente en nosotros mismos y desarrollando las virtudes necesarias para penetrar así en el mundo superior, meta de los espíritus que ya han vislumbrado un destino pleno de encantos y satisfacciones.


"El santo fuego del conocimiento convierte la escoria humana en oro reluciente y la ignorancia en esplendor de sabiduría." 


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